Joven madrileño, tres y media de la mañana. Aguarda pacientemente su turno en la cola de una discoteca. Es comprensible: está de moda. Espera, motu proprio, unos 20 minutos. Finalmente, decide abandonar; hace frío y salió la noche anterior.
Nivel estimado de alcohol en sangre: 0,03 gr/litro. A pesar de ello, cree en la utilidad y ventajas del transporte público. Debe tomar la línea cinco, que lo deja a escasos metros de su domicilio. Desde que en mayo de 2006 las autoridades competentes diesen el visto bueno a la implantación de este servicio de autobuses nocturnos, éste ha sido su más fiel compañero.
Como toda pareja, el joven madrileño – y orgulloso de serlo – y su verde (aunque pintado de rojo) amigo, no siempre llegan a un acuerdo. Sucede lo siguiente: el joven, cierto es, acude a la cita en un tiempo aleatorio. Su pareja, en cambio, tiene el compromiso de pasar, de forma regular, cada quince minutos; desde la una menos cuarto hasta las seis menos cuarto en las madrugadas de viernes, sábados y vísperas de festivo.
En un principio, las exigencias no salen a relucir. Se aceptan e incluso auto-disculpan si algo ha podido llegar a incomodar al otro. Las discusiones, en esta fase, terminan en abrazo.
Aun así, sucede que ya han pasado diez meses y la pareja, con sus más y sus menos, sigue acudiendo a su cita. El problema radica en que los hábitos del compañero más férreo se han visto alternados por otros menos respetuosos. El joven acusa a éste de su falta de puntualidad y de un cierto abandono. El otro, por su parte, evita toda admisión de culpa y niega cualquier tipo de responsabilidad a través individuos con grado de aspereza variable.
Llegados a este punto, ¿cuál de los dos, piensan ustedes, está faltando al cumplimiento de sus obligaciones? ¿Quién sería el responsable de la causa de ruptura; el joven debido a su libertad o el autobús al incumplir su compromiso?