sábado, 2 de agosto de 2008

El niño, el bombón y el aniversario

Es sábado y como de costumbre, Juan se levanta temprano para ver los dibujos. Demasiado excitado y ensimismado, ligeramente somnoliento, no es consciente de que en un día como ese, hace veinticinco años, sus padres decidieron darse el sí definitivo ante el altar de Nuestra Señora de la Virtud. Juan sólo cuenta ocho añitos; Juan es feliz delante de la tele. Sin apenas percibirlo, mecánicamente, Juan acerca la cuchara al bol, la llena de crispies y la lleva a la bocota. El proceso lo tiene muy estudiado, por lo que apenas consigue distraerlo de las imágenes. Un perro, disfrazado tras un antifaz, lucha contra una masa viscosa y verde, una especie de mucosidad espacial maligna. El perro, atrapado entre la gelatina, decide hacer uso de un secador de pelo. Poco a poco, la masa se va endureciendo, lo que le permite romperla en mil pedazos, zafarse de ella y derrotar al mal, logrando el consecuente reconocimiento popular. "¡Es Súper Perro, el héroe de nuestra comunidad!" El episodio termina con un Súper Perro alabado por unos ciudadanos con caras de idiota, sonrientes y eternamente agradecidos que lo recompensan con una linda perrita llamada Lulú. Súper Perro guiña un ojo y venga anuncios.

Deshipnotizado, Juan consigue terminar su desayuno y engulle, trago tras trago, el denso líquido chocolateado en que se ha convertido su leche. "¡Mami, ya!" Mami acude a recoger el bol, manchado y vacío, de su hijo Juan. "Muy bien Juan. Ahora, a lavarse los dientes" Juan lo hace, a la vez que presta atención a los sonidos del televisor. "Lava más, lava mejor"; Juan frota. "Ahora, un cincuenta por ciento más, gratis"; Juan escupe. "Cofidis les ofrece este programa"; Juan se enjuaga y sale pitando hacia el cuarto de estar. "Juan, vístete que dentro de poco llegará tu padre y nos tenemos que ir a comer". Juan sólo es para su propio deseo; Juan no necesita comer, está sobrealimentado; Juan quiere que el soldado Stray, líder de la división blanca, derrote a esos malditos terroristas que han secuestrado a algunos de sus compatriotas. ¡Ánimo soldado Stray, toda España está contigo! La madre de Juan, levantando la vista de la plancha, ve cómo su hijo sigue como un bobo la sucesión de imágenes. "Juan, no hagas que lo repita; vístete, que va a llegar tu padre y como no estés vestido se va a enfadar" Juan responde: "Voy, un momento". ¡Oh no, parece ser que los terroristas les han tendido una emboscada. "Oh sí, gracias a Alá ya eres mío. Rezaba por este momento, soldado Stray. " Los malos ríen abiertamente, dejando ver unos rostros terroríficos. El soldado Stray está perdido, mira en todas direcciones pero su cara sólo refleja pesar. ¿Qué ha fallado?, piensa el soldado, mientras en la pantalla resalta un to be continued de chillones colores entre tanta oscuridad.

Diez minutos después llega el padre de Juan; Juan Antonio. En una de sus manos porta un ramo de flores; con la otra, apenas es capaz de disimular una caja de bombones. Su mujer se muestra sorprendida. Tras la tabla, recoge el ramo afectuosamente. Lee la tarjeta que incorpora. "No, Juan Antonio, gracias a ti". Como bocas prudentes que son, su separación no tarda en llegar y de forma brusca, saludan al pequeño Juan que observa, ligeramente avergonzado, la escena desde el final del pasillo."¡Qué pasa campeón, qué guapo estás!" "¡Así me gustan los hombres, arreglados! ¿T`as echao colonia?" Aturdido ante tanto entusiasmo, a Juan sólo se le ocurre preguntar : "¿Qué llevas en la otra mano?"El padre, indefenso, palidece. "¿Esto? Bueno, sólo era una pequeña sorpresa...". Los ojos de la madre, al ver el paquete, se abren de ilusión. "Ay Juan Antonio, no hacía falta..." "¿Has visto cómo le gustan a tu madre los bombones?; cuando te cases, hazlo con una a la que le gusten los bombones". Las mejillas de la madre de Juan enrojecen. El interior de Juan, a su vez, también lo hace. Reinen el amor y la paz en nuestros hogares.

¿Me puedo comer uno?, pregunta Juan. "¡Claro hombre, pa´ eso están!", aunque la madre no lo ve con buenos ojos. Al recibirlo, Juan lo observa detenidamente; su forma de seno y el hecho de estar envuelto con un fino papel dorado parecen sumir a Juan en una especie de trance. Admirado, Juan recorre milímetro a milímetro la superficie del dulce. Observa los pliegues que forma el papel, redescubre cómo ha sido envuelto, reconstruyendo la totalidad del proceso de elaboración. La magia que alberga ese bombón sólo es perceptible para aquél muchacho que, sin darse cuenta, ha comenzado a rasgar con una uña el envoltorio, dejando ver el oscuro cuerpo que éste tapaba. "Es fascinante", piensa Juan, centrando su atención en la belleza del contraste entre el dorado y el chocolate. Los padres, extrañados, guardan un silencio sepulcral. El instante , que parecía haber podido pasar como mera anécdota, ha adquirido un carácter sagrado, casi místico. Juan está atónito, boquiabierto, sobrecogido por lo que sus manos sostienen. La madre, asustada, pregunta: "Juan, hijo, ¿estás bien?". Juan no contesta; Juan no quiere contestar, sólo quiere penetrar la falla, perderse entre la inmensidad. "¿Juan?; ¡Juan!". Los ojos de juan se han alzado y dirigidos hacia la madre, se detienen a la altura de los labios. Levantando la mirada un poco más, sobre sus ojos, pregunta: mami, ¿por qué eres tan infeliz?. Acto seguido, el contenido de una de las cacerolas rebasa su borde. La presión ha logrado que el líquido, cauto, haya silenciado uno de los fuegos. La cocina empieza oler a gas. Ha llegado el momento; a alguien le toca cerrar la llave de paso.

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