Marido y mujer, frente a frente; lirios bajo la luz de una farola. Ella lo retaba. " Resulta irónico, ¿no crees?". El joven contemplaba, atónito, los contrastes de su cara. "No eres tú, no eres tú", repetía. "Fe y razón, saber, ciencia, la densa capa de niebla que nos rodea. El misterio..." Su cabeza, ligeramente inclinada, colgaba sobre sus hombros. Mientras, la crecida del río empapaba la ropa del nonato muerto, esparciendo su sangre, tiñendo las rocas." Siempre presto atención a los detalles más insignificantes; por ejemplo, no puedo evitar quedarme embobada cada vez que gesticulas. Eres tan expresivo..."
El horror y el pánico azotaban la mente del muchacho, incapaz de comprender aquella retórica. El caudal y la fuerza del agua lograrían desprender el cadaver, atrapado por un ovillo de ramas. "Si no hacemos algo, lo arrastrará la corriente y será imposible recuperarlo", dijo el joven. "¿Qué más podríamos hacer por él?, respondió la esposa. "Diremos que ha sido un accidente, que paseábamos... Se acercó, para ver los peces y resbaló; no sabrán nada..." Sus manos temblaban inquietas. Ella, por el contrario, sujetaba el arma con firmeza. "¿Qué quieres?". Alterado, el joven se arrodilló, exigiendo su asesinato. Lo miró y presurosa dirigió su mano izquierda hacia el bolso. Hurgó hasta conseguir una botella. "Salud, compañero", dijo mientras la alzaba. El líquido se extendió rápidamente por su barbilla; finos hilos ensuciaron su blusa. Acto seguido, la botella estallaba contra el suelo. "Hay que tener cuidado con la caída; debemos reconocer cuándo y comprender por qué la tierra llama". Se aproximaba al borde; la distancia entre su cuerpo y el río cada vez más estrecha. "He recogido y limpiado la casa; no permitas que la invadan las ratas".
Pudo comprobar, a lo largo de esa interminable pasarela, cómo su alma se desvanecía entre sollozos. En efecto, la casa estaba limpia. Su piel había comenzado a agrietarse.
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